Desde comienzos del 2020, las bandas armadas siembran el terror en el país caribeño
Alentadas por la impunidad, disfrutando de relaciones privilegiadas con las más altas autoridades, las pandillas aumentaron los secuestros y los asesinatos en barrios populares de la capital
Mientras los pandilleros desfilan a plena luz del día, los ciudadanos no tienen a quién acudir ante la violencia y la inseguridad desatada en el país, especialmente en Puerto Príncipe
ricka Vilsaint corría en medio de la noche. Estaba débil porque no había comido en más de cinco días. Eran las 11 de la noche. Sus secuestradores la acababan de liberar y no sabía dónde estaba. Solo sabía que tenía que correr, hasta el agotamiento total si era necesario. A unos cien metros de distancia, el auto de los secuestradores la seguía. No volvió la cabeza, pero las luces que brillaban tenuemente en la carretera eran suficientes para saber que estaban allí.
Fue secuestrada el 5 de septiembre de 2020. Regresaba de un ensayo de boda de uno de sus primos. Fue en Marlik, una localidad en lo alto de Pétion-Ville, una comuna de Puerto Príncipe, la capital haitiana. Bajó a pie porque no pudo conseguir un tap tap, las camionetas que prestan el servicio de transporte público en Haití.
Un automóvil de lujo, con vidrios polarizados, pasó a su lado y se detuvo frente a ella. Se bajaron dos hombres. El primero le apuntó con su arma y el segundo la tomó del brazo para empujarla dentro del vehículo. Sin palabras. Una vez dentro, le pusieron una venda en los ojos. Ericka entró en pánico y no entendió lo que le estaba pasando. Después de un largo viaje, el auto se detuvo en una casa. Ella no recuerda cómo fue, tenía miedo. La joven tenía 17 años.
Ericka fue una de tantas personas desaparecidas cuyas fotos se publicaban en redes sociales. Personas que habían salido y no habían vuelto varios días después. Poco después de su llegada al lugar de cautiverio, los secuestradores llevaron a otra niña a la casa.
Los bandidos contactaron a sus padres. “Nos pidieron 200.000 dólares por su liberación. Su padre negoció, diciendo que no podíamos recaudar esa cantidad. ¡Ni siquiera trabajamos!”, dijo la madre de la adolescente, quien se dedica a vender comida en obras de contrucción. El padre es albañil, pero son pocas las oportunidades para trabajar.
Después de muchos intentos de negociación, la cantidad se redujo a una suma más asequible – la familia no quiso dar más detalles sobre el monto acordado–. Los secuestradores les explicaron a los padres de Ericka cómo entregar el dinero y recoger a la niña. “Escuché que estaban hablando entre ellos. Uno dijo que no tenía nada más que hacer aquí y que tenía que ser liberada. Un poco más tarde me recogieron, todavía con los ojos vendados, y me metieron en el coche por la noche”, dijo Ericka. Cuando llegaron a una zona llamada Moulen Sab, los secuestradores golpearon a Vilsaint por última vez antes de empujarla fuera del coche. Y ahí fue cuando empezó a correr.
“No comí nada en todos estos días. Sólo una vez me trajeron una sopa que no me tomé. Me golpearon mucho”
“No sabía dónde estaba. La calle estaba desierta. Vi un camión estacionado al costado de la carretera, me escondí debajo de él. Después de mucho tiempo, pasaba un señor y me vio, pero tenía miedo de hablar con él. Al final pude pedirle que me prestara su teléfono para llamar a mis padres”. Pero los secuestradores ya habían notificado a la familia.
En medio de la noche, en cuatro motocicletas, viajaron kilómetros para encontrar a su hija. “Ella estaba en un estado terrible. Estaba sucia, como una niña abandonada. La habían golpeado con tanta fuerza que le dislocaron el brazo. La acompañamos a la comisaría de la zona y luego al hospital. Después de esta experiencia, pensé que se estaba volviendo loca. Hablaba sola, rompía cosas en la casa. Desde entonces ya no va a la escuela, tiene miedo de salir”, relató la madre de Erika Vilsaint en entrevista con Ayibost.
“No comí nada en todos estos días. Sólo una vez me trajeron una sopa que no me tomé. Me golpearon mucho”
“Ella estaba en un estado terrible. Estaba sucia, como una niña abandonada. La habían golpeado con tanta fuerza que le dislocaron el brazo. La acompañamos a la comisaría de la zona y luego al hospital. Después de esta experiencia, pensé que se estaba volviendo loca. Hablaba sola, rompía cosas en la casa. Desde entonces ya no va a la escuela, tiene miedo de salir”